viernes, 6 de mayo de 2011

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Recopilando las imágenes más inéditas sobre Karol Wojtyla...

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Juan Pablo II, una vida en imágenes

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JUAN PABLO Y MARÍA

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Un vida así, un ejemplo así, una luz así, hay que ponerla en lo alto para que ilumine.
Probablemente todo lo que se pueda decir de su persona y de su vida, queda pequeño; este Papa, tremendamente humano, fue muy fiel, y por eso es más que grande, ¡magno!, como ya todos le conocemos.

El pequeño puzzle-homenaje que antecede a estas palabras tan solo señala aspectos de su vida.
Maestro en el dolor, abrazó la Cruz como pocos, y hasta la muerte misma. Su trato con el prójimo, el cariño a los demás fue exquisitamente delicado, como solo lo hacen los que están tan cerquita de Dios que cada gesto que hagan, refleja al mismo Creador.
Bueno, sonriente, para nadie tuvo un mal gesto. Admirable y ejemplar en todos los sentidos. Fue Juan Pablo un hombre excepcional, sin duda alguna, que desde el cielo ya está rogando por todos nosotros.

Sigue leyendo:



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Marie Simon-Pierre, el milagro de Juan Pablo II

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jueves, 5 de mayo de 2011

Beato Juan Pablo II, ruega por nosotros




Beato Juan Pablo II, ruega por nosotros


(Iglesiaactualidad)




Bertone:Juan Pablo II fue un defensor de la dignidad humana



Cardenal BertoneJuan Pablo II era "un hombre de fe"

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“El diálogo de amor entre Cristo y el ser humano caracterizó toda la vida de Karol Wojtyla”


Leer articulo completo:

Misa de Acción de Gracias por la Beatificación de Juan Pablo II



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EL BEATO JUAN PABLO II. UN PAPA QUE NOS ENSEÑÓ, ENSEÑA Y ENSEÑARÁ A VIVIR SIN MIEDOS NI COMPLEJOS

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QUE LA BEATIFICACIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II NOS LLENE A TODOS LOS CATÓLICOS DE AUTOESTIMA:

” No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo”



Y en San Pedro, las campanas tocan a gloria en el día del Papa beato planetario y, por lo tanto, ya de hecho santo. Y vuelven a sonar las salvas atronadoras de los aplausos y vivas al Papa que, seis años después de muerto, consiguió el milagro de volver a provocar un “subidón” de autoestima en los católicos de todo el mundo.





Beato Juan Pablo II: Homilía de Benedicto XVI







Hace seis años nos encontrábamos en esta Plaza para celebrar los funerales del Papa Juan Pablo II. El dolor por su pérdida era profundo, pero más grande todavía era el sentido de una inmensa gracia que envolvía a Roma y al mundo entero, gracia que era fruto de toda la vida de mi amado Predecesor y, especialmente, de su testimonio en el sufrimiento. Ya en aquel día percibíamos el perfume de su santidad, y el Pueblo de Dios manifestó de muchas maneras su veneración hacia él. Por eso, he querido que, respetando debidamente la normativa de la Iglesia, la causa de su beatificación procediera con razonable rapidez. Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato.
Éste es el segundo domingo de Pascua, que el beato Juan Pablo II dedicó a laDivina Misericordia. Por eso se eligió este día para la celebración de hoy, porque mi Predecesor, gracias a un designio providencial, entregó el espíritu a Dios precisamente en la tarde de la vigilia de esta fiesta. Además, hoy es el primer día del mes de mayo, el mes de María; y es también la memoria de san José obrero. Estos elementos contribuyen a enriquecer nuestra oración, nos ayudan a nosotros que todavía peregrinamos en el tiempo y el espacio. En cambio, qué diferente es la fiesta en el Cielo entre los ángeles y santos. Y, sin embargo, hay un solo Dios, y un Cristo Señor que, como un puente une la tierra y el cielo, y nosotros nos sentimos en este momento más cerca que nunca, como participando de la Liturgia celestial.
«Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). En el evangelio de hoy, Jesús pronuncia esta bienaventuranza: la bienaventuranza de la fe. Nos concierne de un modo particular, porque estamos reunidos precisamente para celebrar una beatificación, y más aún porque hoy un Papa ha sido proclamado Beato, un Sucesor de Pedro, llamado a confirmar en la fe a los hermanos. Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica. E inmediatamente recordamos otra bienaventuranza: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16, 17). ¿Qué es lo que el Padre celestial reveló a Simón? Que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Por esta fe Simón se convierte en «Pedro», la roca sobre la que Jesús edifica su Iglesia. La bienaventuranza eterna de Juan Pablo II, que la Iglesia tiene el gozo de proclamar hoy, está incluida en estas palabras de Cristo: «Dichoso, tú, Simón» y «Dichosos los que crean sin haber visto». Ésta es la bienaventuranza de la fe, que también Juan Pablo II recibió de Dios Padre, como un don para la edificación de la Iglesia de Cristo.
Pero nuestro pensamiento se dirige a otra bienaventuranza, que en el evangelio precede a todas las demás. Es la de la Virgen María, la Madre del Redentor. A ella, que acababa de concebir a Jesús en su seno, santa Isabel le dice:«Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1, 45). La bienaventuranza de la fe tiene su modelo en María, y todos nos alegramos de que la beatificación de Juan Pablo II tenga lugar en el primer día del mes mariano, bajo la mirada maternal de Aquella que, con su fe, sostuvo la fe de los Apóstoles, y sostiene continuamente la fe de sus sucesores, especialmente de los que han sido llamados a ocupar la cátedra de Pedro. María no aparece en las narraciones de la resurrección de Cristo, pero su presencia está como oculta en todas partes: ella es la Madre a la que Jesús confió cada uno de los discípulos y toda la comunidad.
De modo particular, notamos que la presencia efectiva y materna de María ha sido registrada por san Juan y san Lucas en los contextos que preceden a los del evangelio de hoy y de la primera lectura: en la narración de la muerte de Jesús, donde María aparece al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25); y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, que la presentan en medio de los discípulos reunidos en oración en el cenáculo (cf. Hch. 1, 14).
También la segunda lectura de hoy nos habla de la fe, y es precisamente san Pedro quien escribe, lleno de entusiasmo espiritual, indicando a los nuevos bautizados las razones de su esperanza y su alegría. Me complace observar que en este pasaje, al comienzo de su Primera carta, Pedro no se expresa en un modo exhortativo, sino indicativo; escribe, en efecto: «Por ello os alegráis», y añade: «No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación» (1 P 1, 6.8-9). Todo está en indicativo porque hay una nueva realidad, generada por la resurrección de Cristo, una realidad accesible a la fe. «Es el Señor quien lo ha hecho –dice el Salmo (118, 23)- ha sido un milagro patente», patente a los ojos de la fe.
Queridos hermanos y hermanas, hoy resplandece ante nuestros ojos, bajo la plena luz espiritual de Cristo resucitado, la figura amada y venerada de Juan Pablo II. Hoy, su nombre se añade a la multitud de santos y beatos que él proclamó durante sus casi 27 años de pontificado, recordando con fuerza la vocación universal a la medida alta de la vida cristiana, a la santidad, como afirma la Constitución conciliar sobre la Iglesia Lumen gentium. Todos los miembros del Pueblo de Dios –Obispos, sacerdotes, diáconos, fieles laicos, religiosos, religiosas- estamos en camino hacia la patria celestial, donde nos ha precedido la Virgen María, asociada de modo singular y perfecto al misterio de Cristo y de la Iglesia.
Karol Wojtyła, primero como Obispo Auxiliar y después como Arzobispo de Cracovia, participó en el Concilio Vaticano II y sabía que dedicar a María el último capítulo del Documento sobre la Iglesia significaba poner a la Madre del Redentor como imagen y modelo de santidad para todos los cristianos y para la Iglesia entera. Esta visión teológica es la que el beato Juan Pablo II descubrió de joven y que después conservó y profundizó durante toda su vida. Una visión que se resume en el icono bíblico de Cristo en la cruz, y a sus pies María, su madre. Un icono que se encuentra en el evangelio de Juan (19, 25-27) y que quedó sintetizado en el escudo episcopal y posteriormente papal de Karol Wojtyła: una cruz de oro, una «eme» abajo, a la derecha, y el lema:«Totus tuus», que corresponde a la célebre expresión de san Luis María Grignion de Monfort, en la que Karol Wojtyła encontró un principio fundamental para su vida: «Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor tuum, Maria -Soy todo tuyo y todo cuanto tengo es tuyo. Tú eres mi todo, oh María; préstame tu corazón». (Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, n. 266).
El nuevo Beato escribió en su testamento: «Cuando, en el día 16 de octubre de 1978, el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszyński, me dijo: “La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio”». Y añadía: «Deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado».
¿Y cuál es esta «causa»? Es la misma que Juan Pablo II anunció en su primera Misa solemne en la Plaza de San Pedro, con las memorables palabras: «¡No temáis! !Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!». Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible. Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás.
Karol Wojtyła subió al Solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre. Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su «timonel», el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar «umbral de la esperanza».
Sí, él, a través del largo camino de preparación para el Gran Jubileo, dio al Cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia. Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el Cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de «adviento», con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz.
Quisiera finalmente dar gracias también a Dios por la experiencia personal que me concedió, de colaborar durante mucho tiempo con el beato Papa Juan Pablo II. Ya antes había tenido ocasión de conocerlo y de estimarlo, pero desde 1982, cuando me llamó a Roma como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante 23 años pude estar cerca de él y venerar cada vez más su persona. Su profundidad espiritual y la riqueza de sus intuiciones sostenían mi servicio. El ejemplo de su oración siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio.
Y después, su testimonio en el sufrimiento: el Señor lo fue despojando lentamente de todo, sin embargo él permanecía siempre como una «roca», como Cristo quería. Su profunda humildad, arraigada en la íntima unión con Cristo, le permitió seguir guiando a la Iglesia y dar al mundo un mensaje aún más elocuente, precisamente cuando sus fuerzas físicas iban disminuyendo. Así, él realizó de modo extraordinario la vocación de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jesús al que cotidianamente recibe y ofrece en la Eucaristía.

¡Dichoso tú, amado Papa Juan Pablo, porque has creído! Te rogamos que continúes sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios. Tantas veces nos has bendecido desde esta plaza. Santo Padre, hoy te pedimos, bendícenos. Amén.


Benedicto XVI. Roma, 1 de mayo de 2011


Fuente:


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Perdonar, perdonar y perdonar siempre...

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Perdonar, perdonar y perdonar siempre..., a no ser a aquellos que no quieran pedir perdón, entonces se está pidiendo peras al olmo. Contar con el perdón nos lleva a decir: "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final." Contar con el perdón hace una sociedad nueva en la que "los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común", pues uno se da cuenta de lo realmente importante, de lo que vale la pena. La misericordia nos empuja a derrochar misericordia con los demás. Uno no puede guardársela para sí, ni puede usarla con unos sí y con otros no. La misericordia lleva al perdón a los que nos desprecian, a los que nos humillan, a los que nos engañan, a los que nos mienten, a los que nos atacan y a los que nos disparan. La misericordia no sabe de ofensas ni de traiciones. La misericordia sólo nace pedirle a Dios el don del Espíritu Santo, de llevar una vida según Cristo. La misericordia se ríe del juicio pues el juicio que vale es el de Dios y no el nuestro... por mucha razón que llevemos. La misericordia siempre da una oportunidad más, nunca se cansa y siempre espera lo mejor aunque reciba una bofetada.

Hoy hay que pedirle al Señor entrañas de misericordia. Que cuando un no creyente, un renegado o un desilusionado se encuentre con un cristiano se encuentre con la misericordia, llena de comprensión y sin juicios, con todo el amor del corazón.

Domingo de la misericordia, domingo de Juan Pablo II, domingo de la Iglesia. Gracias Virgen, Madre de la Iglesia, por sacar la Misericordia de tus entrañas. 



Extraído de:

paxtv.org - Toques




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Beato Juan Pablo II ruega por nosotros

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Ya es beato. Ya ha ascendido el segundo peldaño camino de la santidad. Juan Pablo II está oficialmente en la gloria del paraíso, como certifica la Iglesia. Arropado por más de un millón de personas. Vitoreado por el mundo entero, en la gran fiesta de la fe. Proclamado beato por su sucesor, se descubre el tapiz del nuevo beato. Sonriente, con fondo azul y capa roja, que parece repetir: "No tengáis miedo. Abrid de par en par las puertas a Cristo".
Nace un mito. Nace un turbosanto planetario. El Papa que, con su carisma que sigue vivo seis años después de su muerte, lava la imagen de la Iglesia católica y la vuelve a colocar en el firmamento mediático mundial. De su mano, con su beatificación, la Plaza de San Pedro se ha vuelto a convertir en la plaza mayor del mundo.
Hay santos para los almanaques y santos para la gente. Hay santos para las hornacinas y otros, para los corazones. Unos viven en la historia y otros en los recuerdos vivos del pueblo. Hay santos inaccesibles y otros que lleganSantos de hoyde carne y huesoSantos de a pié. Ejemplos a imitar. Madre Teresa de Calcuta y el Papa Wojtyla representan a la perfección este último tipo de santo.
Ambos son dos beatos queridos y amados por lo que fueron, por lo que simbolizan y porque forman parte de nuestro imaginario colectivo. Crecimos con ellos, vivimos sus peripecias, compartimos sus alegrías, nos indignamos con sus gritos proféticos, les seguimos en su caminar samaritano en pro de los pobres y en su denuncia del no a la guerra y lloramos en el momento de su muerte.
Juan pablo II es, quizás, el personaje más fotografiado de la historia moderna. Su imagen, en miles de poses diferentes, permanece viva en nuestra retina. Y su sonrisa franca, su carisma seductor y sus gestos de actor consumado. Fue el primer Pontífice con "Papa boys" que, ya crecidos, vuelven a rendirle homenaje una vez más con motivo de su beatificación.
Es su Papa, pero también es nuestro Papa, el Papa de varias generaciones. Hizo tantas cosas, dijo tantas cosas que llegó al corazón de millones de personas. Primero, como el atleta de Dios. Después, como el Papa enfermo y dolorido, a cuya agonía asistimos en vivo y en directo.
Casi todos podemos presumir de haber conocido a un santo. Al primer beato realmente planetario. Canónicamente, su culto como beato sólo puede ser local (en Polonia, donde nació, y en Roma, donde vivió y ejerció su ministerio). En la práctica, será universal.
Wojtyla, el papa que vive en nuestros recuerdos y en nuestra memoria. Y en la de las generaciones futuras. El Papa que no morirá nunca. Entre otras cosas, porque su vida entera, sus gestos, sus palabras y sus obras viven en la Red. Un beato al alcance de un clic de ratón. Y también eso,en la era digital, le ayudará a no morir jamás.


elmundo.es




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